lunes, 1 de septiembre de 2014

EL HOMBRE MEDIOCRE


Es un libro del sociólogo y médico ítalo-argentino José Ingenieros, publicado en el año 1913. La obra trata sobre la naturaleza del hombre, oponiendo dos tipos de personalidades: la del hombre mediocre y la del idealista, analizando las características morales de cada uno, y las formas y papeles que estos tipos de hombres han adoptado en la historia, la sociedad y la cultura.Según ingenieros, el hombre mediocre es un ser sin personalidad que se deja amoldar o domesticar por el medio social en el que vive. Según Flaubert, es el “hombre que piensa bajamente”. Ingenieros lo ubica entre el genio y el imbécil. Y lo más curioso de todo: que ni el mismo se da cuenta que lo es. 
El hombre mediocre no tiene ideas propias, sino que piensa y dice lo que otros dicen. Aunque puede tener “talento” o “buenas cualidades”, sean estas intelectuales o artísticas, ellas no le garantizan su autonomía y creatividad. El hombre mediocre puede poseer “talentos”, pero esto no quiere decir que los desarrolle y que los llegue a perfeccionar.
“Cada individuo- dice Ingenieros- es el producto de dos factores: la herencia y la educación”. La herencia se refiere al factor genético, la educación a todo lo que este recibe desde la cuna a la sepultura.
La “imitación” desempeña un papel decisivo para el desarrollo de la personalidad social. Pero ella sola no basta, se necesita de la “invención” para producir variaciones en los individuos. La imitación es de índole conservadora y actúa creando hábitos sociales, mientras que la “invención” es evolutiva y se desarrolla mediante la imaginación.

TIPOS DE HOMBRES

El hombre inferior: El hombre inferior es un animal bellaco. Su ineptitud para la imitación le impide adaptarse al medio social en que vive; su personalidad no se desarrolla hasta el nivel corriente, viviendo por debajo de la moral o de la cultura dominante, y en muchos casos fuera de la legalidad. Esa insuficiente adaptación determina su incapacidad para pensar como los demás y compartir las rutinas comunes. Estos, mediante la educación imitativa, copian de las personas que los rodean una personalidad social perfectamente adaptada.
El mediocre: El hombre mediocre es incapaz de usar su imaginación para concebir ideales que le propongan un futuro por el cual luchar. De ahí que se vuelva sumiso a toda rutina, a los prejuicios, a las domesticidades y así se vuelva parte de un rebaño o colectividad, cuyas acciones o motivos no cuestiona, sino que sigue ciegamente. El mediocre es dócil, maleable, ignorante, un ser vegetativo, carente de personalidad, contrario a la perfección, solidario y cómplice de los intereses creados que lo hacen borrego del rebaño social. Vive según las conveniencias y no logra aprender a amar. En su vida acomodaticia se vuelve vil y escéptico, cobarde. Los mediocres no son genios, ni héroes ni santos.
Un hombre mediocre no acepta ideas distintas a las que ya ha recibido por tradición (aquí se ve en parte la idea positivista de la época, el hombre como receptor y continuador de la herencia biológica), sin darse cuenta de que justamente las creencias son relativas a quien las cree, pudiendo existir hombres con ideas totalmente contrarias al mismo tiempo. A su vez, el hombre mediocre entra en una lucha contra el idealismo por envidia, intenta opacar desesperadamente toda acción noble, porque sabe que su existencia depende de que el idealista nunca sea reconocido y de que no se ponga por encima de sí. 
El idealista: El idealista es un hombre capaz de usar su imaginación para concebir ideales legitimados sólo por la experiencia y se propone seguir quimeras, ideales de perfección muy altos, en los cuales pone su fe, para cambiar el pasado en favor del porvenir; por eso está en continuo proceso de transformación, que se ajusta a las variaciones de la realidad. El idealista contribuye con sus ideales a la evolución social, por ser original y único; se perfila como un ser individualista que no se somete a dogmas morales ni sociales; consiguientemente, los mediocres se le oponen. El idealista es soñador, entusiasta, culto, de personalidad diferente, generoso, indisciplinado contra los dogmáticos. Como un ser afín a lo cualitativo, puede distinguir entre lo mejor y lo peor; no entre el más y el menos, como lo haría el mediocre.

LA ENVIDIA


La envidia es una adoración de los hombres por las sombras, del merito por la mediocridad. Es el rubor de la mejilla sonoramente abofeteada por la gloria ajena. Es el grillete que arrastra los fracasos. El que envidia se rebaja sin saberlo, se confiesa subalterno; esta pasión es el estigma psicológico de una humillante inferioridad, sentida, reconocida. Comprende que los psicólogos la olviden en sus estudios sobre la pasiones, limitándose a mencionarlas como un caso particular de los celos. Es pasión traidora y propicia a las hipocresías. Se puede odiar a las animales y a las cosas; solo se puede envidiar a los hombres. El odio que injuria y ofende es temible; la envidia que calla y que conspiran es repugnante. El odio puede hervir en los grandes corazones; puede ser justo y santo; lo es muchas veces, cuando quieren borrar la tiranía, la infamia, la indignidad. La envidia es de corazones pequeños; el hombre que se siente superior no puede envidiar, ni envidia nunca el loco feliz que vive con delirio de grandeza. Se envidia lo que otros ya tienen y se desearía tener, sintiendo que el propio es un deseo sin esperanza: se cela lo que ya se posee y teme perder; se emula en pos de lago que otros también anhelan, teniendo la posibilidad de alcanzarlo. 

ENTORNO DEL HOMBRE MEDIOCRE


La Humanidad ha evolucionado y siempre estará en continuo cambio, más el hombre mediocre y conformista jamás evolucionará, su actitud inequívoca lo ha convertido en un ser que “no habla nunca; repite siempre, juzga a los hombres como los oye juzgar ”, se ha convertido en el eco de otros, (por no decir de todos) estas personas son llamadas: fanáticas,(por decirlo de alguna forma) son fans de a quienes son líderes, de aquellos que escuchan decir frases célebres, se sorprenden por todo y solo viven de ilusiones, su mundo: “El País de las Maravillas”.
LOS HOMBRES SIN PERSONALIDAD



La personalidad individual comienza en el punto preciso donde cada uno se diferencia de los demás; en muchos hombres ese punto es imaginario. Por ese motivo, al clasificar los caracteres humanos se ha comprendido la necesidad de separar a los que carecen de rasgos característicos: productos adventicios del medio, de las circunstancias, de la educación que se les suministra, de las personas que los tutelan, de las cosas que los rodean. ”Indiferentes” ha llamado a robot a los que viven sin que se advierta su existencia. Aunque los hombres carecemos de misión trascendental sobre la tierra, en cuya superficie vivimos tan naturalmente como la rosa y el gusano, nuestra vida no es digna de ser vivida sino cuando la ennoblece algún ideal: los más altos placeres son inherentes a proponerse una perfección y perseguirla. El poder que se maneja, los favores que se mendigan, el dinero que se amasa, las dignidades que se consiguen, tienen cierto valor efímero que puede satisfacer los apetitos del que no lleva en si mismo, en sus virtudes intrínsecas, las fuerzas morales que embellecen y califican la vida; la afirmación de la propia personalidad y la cantidad de hombría puesta en la significación de nuestro yo. Muchos nacen; pocos viven. Los hombres sin personalidad son innumerables y vegetan moldeados por el medio, la falta de personalidad hace a estos, incapaces de iniciativa y de resistencia.

PELIGROS SOCIALES DE LA MEDIOCRIDAD


El error de lo desconocido los ata a mis prejuicios, tornándolos timoratos e indecisos: nada aguijonea su curiosidad; carece de iniciativa y miran siempre al pasado, como si tuviera los ojos en la nuca, troncan su honor por una prebenda y echan llave a su dignidad por evitarse un peligro; renunciarían a vivir antes que gritar la verdad frente al error de muchos. Su cerebro y su corazón están entorpecidos por igual como los polos de un imán gastado. El ambiente tornase refractario a todo afán de perfección; los ideales se agostan y la dignidad se ausenta: los hombres acomodaticios tienen su primavera florida. Los estados convirtiese en mediocracias; la falta de aspiraciones que mantengan el alto nivel de moral y de cultura, ahonda la Ciénaga constantemente. La dignidad es irreverencia, es lirismo la justicia, la sinceridad es tontera, la admiración es imprudencia, la pasión ingenuidad, la virtud es una estupidez. En la lucha de las conveniencias presentes contra los ideales futuros. Ningún idealismo es respetado, si un filósofo estudia la verdad, tiene que luchar contra los dogmatistas momificados; si un santo persigue la virtud se astilla contra los perjuicios morales del hombre acomodaticio; si el artista sueña nuevas formas, ritmos o armonía, ciérrenle el paso las reglamentaciones oficiales de la belleza; si el enamorado quiere amar escuchando su corazón, se estrella contra las hipocresías del convencionalismo.

EL HOMBRE HONESTO


Las mediocracias de todos los tiempos son enemigas del hombre virtuoso: prefieren al honesto y lo encumbran como ejemplo. Hay en ello implícito un error o mentira que conviene disipar. Honestidad no es virtud. El honesto, en cambio es pasivo, circunstancia que le asigna un nivel moral superior al vicioso, aunque permanece por debajo de quien practica activamente alguna virtud y orienta su vida hacia algún ideal. La virtud suele ser un gesto audaz, como todo lo original; la honestidad es un uniforme que se endosa resignadamente. El mediocre teme a la opinión pública con la misma obsecuencia con el que el zascandil teme al infierno; nunca tiene la osadía de ponerse en contra de ella, y menos cuando la apariencia del vicio es un peligro ínsito en toda virtud no comprendida. Los espíritus acomodaticios llegan a aborrecer la firmeza y la lealtad a fuerza de medrar con el servilismo y la hipocresía. La virtud quiere fe, entusiasmo, pasión, arrojo, de ello vive. Los quiere en la intención y en las obras. No hay virtud cuando los actos desmienten las palabras, ni cabe la nobleza donde la intención de arrastra. Por eso la mediocridad moral es más nociva en los hombres conspicuos y en las clases privilegiadas. Los privilegios de la cultura y del nacimiento imponen al que los disfruta una lealtad ejemplar para consigo mismo.